lunes, 7 de marzo de 2016

¿Suárez o Lerroux?

Lleva un tiempo Albert Rivera  dispuesto a todo para que el centro -tal y como él y el Ibex 35 lo entienden- se instale definitivamente en nuestra vida como un gran manchurrón de color indefinido y políticamente polivalente, postulándose como promotor de una re-Transición y heredero directo del centrismo de Suárez, un Suarez 2.0.
No sé porqué, pero a mí las actuaciones del señor Rivera me retrotraen históricamente aún más, a Alejandro Lerroux, un cordobés de mucha labia y bastante desparpajo, trasplantado a Barcelona, que a comienzos del siglo XX se enfrentó a la vez al nacionalismo catalán y al anarcosindicalismo, logrando mediante su mensaje populista y demagógico la adhesión, incluso, de una buena parte de los trabajadores y que por ello llegó a ser denominado Emperador del  Paralelo. En 1908 formó su propio partido, el Republicano Radical, que, con bases ideológicas volátiles y acomodaticias, tanto podía ser anticlerical violento un día como republicano moderado y burgués al siguiente; integrado en la plataforma Alianza Republicana formó parte del comité revolucionario que conspiró contra Alfonso XIII, siendo su partido miembro del Gobierno provisional que dirigió el país durante los primeros meses de la República y participante en la redacción de la Constitución de 1931. El propio Lerroux fué ministro de Estado (equivalente al actual Ministerio de Asuntos Exteriores) en el primer gobierno de izquierdas presidido por Manual Azaña. Pero ya en diciembre de 1931 -tras sólo unos meses como ministro- abandonó el cargo por su desacuerdo en mantener la alianza radical-socialista en que se basaba el gobierno y pasó a la oposición durante el bienio reformista (1932-1933). A partir de entonces se aproximó a las posiciones de la derecha y tras su éxito en las elecciones de noviembre de 1933 pactó con la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) para formar gobierno. Entre 1933 y 1935 ocupó tres veces la presidencia del gobierno, además de carteras en Guerra (1934) y Estado (1935).
La buena noticia para Albert Rivera es que debido a ciertas carambolas políticas se puede acabar como presidente del gobierno sin tener una política definida (inolvidable la serie británica de televisión Sí, Ministro). La mala es que Lerroux acabó en el más absoluto descrédito político muy poco después, en 1935, por su implicación directa en el caso que legó su nombre como prototipo de la corrupción: el del estraperlo, al que luego se añadió el asunto Nombela. En el transcurso de la Guerra Civil apoyó a los militares sublevados contra la República, aunque luego se exilió en Portugal. Regresó a España en 1947 y falleció dos años más tarde, en el más estricto anonimato impuesto por la dictadura franquista (parece que su apoyo a los sublevados y su vuelta al seno de la iglesia católica poco antes de morir no fué lo suficientemente entusiasta).


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